Mil veces espía by Lou Carrigan

Mil veces espía by Lou Carrigan

autor:Lou Carrigan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
publicado: 2019-05-23T22:00:00+00:00


CAPÍTULO V

Iris Wallace no lo podía creer: estaba a salvo.

Sí.

Después de todo, se hallaba, sana y salva, en la casa de la Rue da Felicidade, envuelta en una sábana, y notando cómo el calor iba volviendo a su cuerpo. En realidad, no recordaba muy bien lo sucedido desde que cerró los ojos un instante antes de que el agua inundase completamente la pequeña cámara de escape de la barcaza. Había estado a punto de morir, eso sí lo recordaba…

Había comenzado a tragar agua, pero, de pronto, se encontró respirando aire, contemplando ante ella una gran lámina de color rojo.

«¿Estás bien?», había oído la voz jadeante.

Al volver la cabeza había visto a Paulo, y, más allá, la barcaza, ardiendo, tiñendo de rojo las aguas. Y mucha gente saltando al agua desde otras barcazas, que eran separadas rápidamente. Paulo aún la tenía asida por una mano. Había movido la cabeza afirmativamente, eso fue todo. Luego, nadaron hacia otras barcazas más alejadas, y finalmente subieron a una, ya lejos del incendio, y desde allí pasaron al muelle. Paulo llevaba una bolsa muy grande, con cosas dentro, reluciente por el agua que chorreaba…

«Tendremos que ir a pie. No importa que estemos empapados: nos mirarán con curiosidad, y eso será todo».

Paulo había tenido razón. Llegaron a la casa de la Rue da Felicidade, y allá, él la ayudó a quitarse la ropa mojada, que parecía formar parte de su piel, y olía muy mal. Luego, la había envuelto con una sábana mugrienta, antes de desnudarse él y ponerse unas ropas que sacó de aquella gran bolsa. Finalmente, Paulo le había dejado una pistola sobre una silla, y se había marchado.

¿Cuánto hacía de eso? ¿Una hora? ¿Dos? Ni siquiera sabía qué hora era.

Así estaban las cosas cuando, de pronto, oyó un ruido fuera de aquella habitación. Sus ojos giraron velozmente hacia la pistola. Sacó un brazo de debajo de la sábana, y sus dedos asieron crispadamente el arma que le había dejado Paulo antes de marcharse…

—Soy yo —oyó.

Sus dedos se relajaron en el acto. Paulo apareció, vestido con aquellos sucios pantalones y el jersey negro, y con la barba. Se quitó ésta, y dejó junto a ella, sobre la cama, un paquete.

—Te he comprado ropa —dijo.

Iris miró el paquete, y de nuevo al espía. Al auténtico espía, sobre cuyos recursos ella había dudado… Tenía los labios hinchados, y también la nariz, pero allá estaba, vivo, dispuesto a seguir trabajando.

—¿Dónde has estado? —musitó.

—En el hotel Central.

—¡Por Dios! —Respingó Iris.

Paulo Antonio se sentó en el borde de la cama, encendió un cigarrillo colocándoselo en un lado de la boca muy cuidadosamente, y echó el humo hacia el techo.

—Y no te lo vas a creer —susurró—: Lo Lao Wang ha vuelto allí. Aunque… sí. Es lógico, ya que seguramente cree que todos los que estábamos en mi choza hemos muerto. Por lo tanto, se siente tranquilo, y dispuesto a seguir adelante con la operación. Eso es muy interesante. Por el momento, significa que no es necesario que llamemos por la radio pidiendo acción inmediata contra la villa por parte de nuestros compañeros.



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